Corría el año 1845 y la reina Isabel II decidió visitar nuestra ciudad de Burgos. El Ayuntamiento se puso manos a la obra para buscar alojamiento para tan regia visita.
Tras muchas alternativas se decidieron por los palacios que tenía la Marquesa viuda de la Vilueña junto al Paseo del Espolón.
El Marquesado de la Vilueña había sido concedido en primer lugar por el rey Felipe IV a favor de José Manrique de Luna, en un señorío que existía desde el siglo XIII y que estaba relacionado con el Condestable Álvaro de Luna. Posteriormente fue rehabilitado por Carlos II en 161 para Dionisio Fernández de Heredia, conde de Aranda.
La marquesa aceptó gustosa, siempre que se realojara a aquellos que en las casa vivían y que, tras la visita real, se comprometieran a dejarla como estaba al principio.
El Ayuntamiento aceptó y comenzó los preparativos para su decoración. Hay que decir, que, siempre que los reyes se alojaban en un edificio de nuestra ciudad, se pedía esfuerzo a todos para colaborar en su decoración. En el interior se decoró cada estancia en unos colores, así como se colgaron telas en los balcones para que los burgaleses distinguieran quién dormía en que estancia. La reina recibió los colores dorado para el balcón y morado para sus cortinas de cama.
En el exterior también se adecentaron los alrededores del Palacio, llegando a cerrar las ventanas,que lindaban con el Palacio, de la cárcel (en el lugar donde se encuentra el Palacio de la Diputación) y derribar aquellas viviendas que presentaban un aspecto feo.
Imaginamos que la estancia de Isabel en el Palacio fue agradable, ya que así lo expresó antes de partir. ¿Cumpliría el ayuntamiento todas las condiciones impuestas? ¿se encontraría la Marquesa el Palacio en el estado que ella pensaba? Mucho nos tememos que no fue así, ya que , a partir de ese momento se negó en rotundo a volver a alojar a los visitantes reales cuando se lo solicitaron en sucesivos viajes